Distancia

La distancia comienza con el sonido de una

tijera, clap, y ahí se empieza.

La distancia es un mapa de por medio y dos corazones latiendo sin llegar a escucharse.

La distancia es un abismo que separa y derrota, al más débil de los distanciados.

La distancia tiene oscuros silencios pero más que nada: olvidos.

Anoche soñé que nunca más estaremos juntas y me desperté pensando: alguna vez lo estuvimos?

Ah, sí… claro, antes del clap de la tijera quirúrgica.

Me estoy perdiendo de mucho… te estás perdiendo mi última parte, las vivencias finales antes de envejecer y no entender.

La distancia es un camino lleno de rencores y ni vos, ni yo, que debería de ser ejemplo, tenemos ganas de no sentir rencor.

No pido más perdón: soy esto.

Ancestrales y actuales

(para ti hija mìa)

Desde la tibia quietud de mis recuerdos, traídos a la luz por las voces de mis abuelas, hay un lazo que nos liga más allá del de madre e hija. Ese, tan conocido, donde fuiste huevo y nana en mi útero, quizás no sea el más fuerte aunque esto pueda resultar irónico.

Ancestralmente nos persiguen pasos de mujeres que en nuestras familias se revelaron, fueron severamente castigadas, se sometieron, fuero bestialmente humilladas, se suicidaron fueron borradas, se emanciparon y fueron envidiadas, se volvieron soñadoras y las encerraron, se liberaron del yugo dogmático y las juzgaron.

A través de mis sueños y los tuyos, en este devenir caótico de esta Era que es la tuya más que la mía, nosotras las vengamos. Nosotras las resucitamos para que sean un poco más felices, para entenderlas, para vivirlas.

Por eso hija mía, quiero legarte una a una mis memorias de mujeres, algún día, tal vez, las leas y te verás, te leerás y sabrás algunos por qué que hoy, no sabés responderte.

Hubo en mi familia, itálica por excelencia, historias varias de mujeres que dijeron no, no quiero, no, no lo voy a hacer, a pesar de que decir no, en esos años era terriblemente castigado con un peso físico, social y moral, severísimo.

Por eso, por esas mujeres, brindaré contigo hasta el fin de mis días. Por la que fui y sentenciaron, por la que fui y  persiguieron, sí, por ella también. Pero más que nada por otras, mucho más lejanas en sangre y cercanas en la decisión de vivirse la vida a su manera.

Salud, hija, por más historias que contar.

Canasto vida

Canasto vida

Mi madre guardaba su vida en un pequeño canasto de mimbre que contenía su todo.

Ahí dentro estaba la flora y la fauna más exótica y también la más autóctona

Lleno de perfiles masculinos y figuras femeninas

Habían detalles tiernos y otros, inverosímiles.

La cadena de colores y texturas anidaban y se enredaban o deslizaban a su antojo.

Según el pulso de mi madre latía en la aguja la textura de la vida que saldría del canasto.

La vi por tanto tiempo días meses años vivir apegada a ese canasto que siempre supe que ahí estaba ella.

No podía dejarlo ni por una tarde.

Era parte esencial de su equipaje.

Cuando se enfermó y aconsejaron internarla, me olvidé de llevarlo.

Por eso mamá aleteó triste su muerte, no tenía su canasto para esperarla tejerla entenderla.

No pudo enredar como buena araña tejedora,su presencia y ella, se la llevó sin su esencia

El canasto vida durmió por años su ausencia hasta que decidí que era hora de dejar de mirarlo y buscar a mi madre en su interior.

Yo soy mi madre, sin su canasto, usando la computadora para tejer relatos…

Sentada

En el sofá de mirar la vida

la abuela sentada, espera,

mano sobre mano,

ojos allá lejos y una sonrisa

leve, apenas perceptible,

endulza su cara.

Afuera se agita la vida,

ella, adentro, espera.

La sangre de su sangre

la carne de su carne, corre,

se apura, huye y se descalabra.

La vida de la vida suya también

anda por los caminos, las rutas,

los mapas, con apuro… la máquina

de producción los devora.

Ella, sentada ve pasar, ve girar

la vorágine que ya no es suya,

Ahora, se dice, me toca esperar…

Espera o vigila que pueden ser, la misma cosa.

Y con esa actitud, casi ingenua,

no debelará secretos. Los atesorará

en su eterno baúl de recuerdos.

No se acuerda de casi nada, murmuran,

los verdaderos ingenuos,

mientras ella repasa confidencias,

infidelidades, deseos, odios muy recónditos,

lejanos y de otros tiempos.

Mira siempre lejos y no ve casi nada,

se preocupa su joven nieta;

pero ella mira allá, adentro. Y puede percibir

angustias, envidias, miedos, siente

los celos y puede ver muertos.

Una nunca sabe de verdad, qué cosas hace

una abuela que divaga y se distrae,

cómo más allá del tiempo.

Explica algo positivo que un miembro de tu familia haya hecho por ti.

Llegó en el momento preciso cuando mi vida se abría como en un abanico. Llegó cuando confianzuda y equivocada andaba diciendo: todo está bien.

Llegó tímido pero firme, susurrante pero seguro. Sin prisa pero sin tregua.

Ya estábamos en los cuarenta y tantos pero así y todo de pronto, recuperé la risa de la adolescencia, recordé lo que era la pasión sin escondijos, me importó nada la opinión ajena, me aferré a su mano y mi vida, toda ella, cambió para siempre.

Mi novio, mi amante, mi marido. Mi admirador y mi cómplice. El que ha soportado y aprendió a querer a mis hijos y es abuelo de mis nietos.

Sin dudas: nadie de mi familia ha sido tan amoroso y eficaz para transformar mi vida, la suya también, en este remanso de hoy.

Enseñanza

  • Acá tenes, mirá bien, la escritura de tu casa, la llave de tu auto y la papelería completa de tus tierras. ¿Estás fresco, no? Te vine a traer todo. Anoche te lo gané en buena ley, te patinaste todo hermano, mal muy mal. Estabas empedo y eufórico. Qué te da por ponerte a timbear en ese estado. Una locura. Cuando te sentaste en la mesa de timba te quise sacar pero fue inútil. Ya estabas empedo y empecinado en jugar. Por eso me metí yo del otro lado. Si te dejo solo te sacaban hasta las medias. Vos sabes que yo nunca juego por plata. ¡Jamás! Y menos por plata grande, si apenas llego a fin de mes y mi familia con qué come si yo me pongo a timbear. Por otro lado, sé que tengo cierta habilidad para seguir el juego. Por eso me metí y saqué coraje…por suerte me salió bien y nos quedamos los dos solos al final. Yo sabía que te ganaba. Sabía tus cartas y sabía que no podías. Pensé que con esa mano te ibas a ir a tu casa. Pero no hubo forma che, te envalentonaste, te fuiste al auto, trajiste todo esto. ¿Vos te das cuenta que quedabas en pelotas anoche si no era yo el que te ganaba? Por suerte los otros arrugaron porque vieron, como ven los que saben jugar, que anoche la suerte estaba de mi lado. Te gané en menos de quince minutos el trabajo de más de veinte años. Se quedaron todos mudos cuando junté todo el papeleo y me fui en tu auto. Te pedí un taxi antes de salir. Y los timberos ahí mirando, comentando en voz alta, que al final soy un porteño de mierda, un cajetilla, un compadrón, como todos… ¿Qué se puede esperar de estos?, decían. Me baboseaban para que volviera a la mesa a jugarme tus bienes. Soy un calentón y lo sabes pero me mordí y salí apurado. Me llevé tu auto y los papeles. Después no pegué un ojo en toda la noche, al amanecer le conté a mi mujer, no la dejé dormir tampoco, dando vueltas en la cama. Ella sonrió y entendió antes que le explicara el por qué. Se levantó me hizo el mate y esperó en la cocina. Cuando nos sentamos me preguntó, a qué hora vas a ir a devolver todo eso. Te das cuenta. Y vos mi amigo me miras sorprendido. Vos te creíste que yo aprovechando tu borrachera me quedaba con todo lo tuyo. No me conoces. Nunca fuiste mi amigo. Acá está todo che…la próxima vez que juegues, no te sientes entre delincuentes y menos, borracho. No siempre vas a tener un buen amigo del otro lado.
    Mi padre salió erguido con su clásica sonrisa impresa en sus ojos increíbles de grandes y grises, recogió el sombrero impecable de mis manos, tomó una de las mías entre las de él y antes de irnos y cerrar la puerta agregó:
  • Áaaahhhh lo último che…no todos los porteños somos mala gente. Hasta la vista.

Horacio

No podía irme sin ver el rastro de lo que fue tu refugio, tu amor, tu delirio, tu locura, tu obsesión, tu inspiración…

Ahí está la primera casa que construiste y la que reconstruyeron para filmar tus cuentos.

Ahí hay algunos objetos que tocaste, con los que trabajaste porque no solo escribiste. Fuiste alfarero, artesano, estudioso de insectos y plantas, agricultor y escuchaste. Sobre todo eso: escuchaste. Una virtud nunca tenida en cuenta y que hoy, es algo así como una joya.

Escuchaste al aborigen, al peón, al patrón y todos los otros sonidos que te iluminaron y te hicieron alucinar. El cascabel de las víboras, el grito de los monos, los coatíes , los sapos… tantos más.

Y pasamos el laberinto de cañas para llegar y ver tu refugio. Para pensarte ahí, esposo, padre, escritor y delirante de mil cosas.

Hacía un calor húmedo e intenso, desde tu casa se divisa el Paraná, dónde habrá ido la canoa a la deriva, y aprendimos un poco del amor que te tienen aún hoy en San Ignacio. Héroe loco, escritor brillante, subió el pueblo a un peldaño literario que jamás hubieran soñado.

A mí me quedó la sensación de que tu delirio era absolutamente comprensible. Y que las mujeres te amaban porque eras seductor pero también nostálgico, triste. Siempre samaritanas las almas femeninas.

Y me regreso al lugar que te vio nacer y que seguramente marcó la tragedia de toda tu vida.

Viviré ahí Horacio, no tengo alternativa, hasta mi muerte. Seré tan valiente como tú? Quién lo sabe?

Estoy segura que dejaré como único legado algunos libros escritos más o menos bien. Jamás me acercaré a tu genialidad. Pero de todos modos me llevaré este recuerdo insano: Misiones y Salto de alguna manera nos unieron en un Universo fantástico del que solo yo puedo dar cuenta.

La selva, Horacio y yo

Todo comenzó hace setenta años. Cuando mi madre por esos trabajos de mi padre, me parió en tierra misionera. Tierra colorada, selvática y con la belleza inverosímil de las Cataratas de Iguazú.

Nací y lloré como cualquier bebé de este mundo. Nací, crecí, aprendí palabras y a caminar y por tres años, vivimos en Misiones.

Qué podía saber del gran maestro del cuento breve, Horacio Quiroga, que ya había escrito sus mejores cuentos cerca de la casa donde nací: pues nada. Ni siquiera mucho después, en mi casa eran muy lectores, pero no fue Horacio uno de los favoritos. Así que lo descubrí casi sola, por algún cuento en clase de literatura, y comencé a buscar sus textos. Amé a Horacio. Su pesadumbre, sus protagonistas muertos, sus delirios y la sombra de la selva que lo perseguía.

No me hice experta en Horacio. Por azar del destino me fui a vivir, aún hoy, a su ciudad natal. Y para más cercanía: hace unos quince años vivo a pocos metros de la casa familiar que es hoy un museo con su nombre.

Cruce en el camino y en otro tiempo. Sólo puedo decir que para mi felicidad puedo leerlo y él, jamás me leyó. Tal vez es mejor así.

Hoy, visitando nuevamente la tierra misionera, miro por la ventanilla la majestuosidad del paisaje y lo entiendo más que nunca. Si esta exuberancia, este verdor que son mil verdes, si este sonido inquebrantable de agua que corre, me enloquece a mí: cómo no a su alma, a su genio, a su escritura, a sus cuentos?

Te entiendo, Horacio. Incluso creo entender que no te quedaras en la capital, que te aburriera Paris, que no te hayas quedado en tu Salto natal. Porque esto mueve la adrenalina, sacude los nervios, relaja el consciente y lo urbano, es paz pero con exuberancia, es selva, sudor, agua que no se detiene, animales que se deslizan y silencio con sombras llanas.

Cómo no entenderte Horacio. Desde que nací he regresado cuatro veces, no me canso, quiero que el Universo me lo permita diez veces más.

He estado pensando, la delirante selva lo permite, si nos hubiéramos cruzado en el mismo tiempo y el mismo espacio. Te hubiera admirado tanto? Podríamos haber compartido algún cuento para niños? Me hubiera atrapado tu figura delgada y desgarbada? Cuántos años menos que tú tendría que haber tenido yo para que te dignaras a mirarme?

Hubiera podido entenderte hombre amante de la selva misionera, podría haberte escuchado, tal vez. En estos momentos mágicos que miro el Paraná y recuerdo tu hombre a la deriva, inyectado por un veneno letal, me da por pensar que estamos todos en esa canoa. A la deriva y envenenados, delirando y siendo un poco felices con recuerdos, antes de entregarnos a la muerte.

Querido Horacio, estoy pisando algo que hoy ni se parece al paisaje de tus relatos, está tan urbanizado, estarías aún más triste. Ni siquiera se parece al que mis padres habitaron y donde nací, pero es Misiones. Se puede aún oler algo de selva, divisar coatíes, monos, tucanes… se ve el Paraná bravío y las majestuosas cataratas. Aún hay algo de delirio maestro. Mucho de locura y oculto el amor, esperando y esperando, la muerte lenta.

Me voy a ir sabiendo que quizás sea la última vez que venga pero en este viaje, más que en ningún otro, tu insana pasión literaria me trajo recuerdos y tu magia.

Gracias por tu legado.

Mis ojos

Me dijeron que eran el espejo del alma,
anduve mirándome en todos los espejos posibles,
pues como nunca tuve idea de cómo era mi alma…
Me dijeron que mostraban el interior de las personas y estuve por años intentando
una mirada ambigua.
Me dijeron que las mujeres de ojos grandes solían ser inteligentes y anduve abriendo
los míos más de la cuenta.
Me aconsejaron mirar directo a los demás ojos y ensayando esto, quedaron en mi memoria visual, miles de miradas. Incluso algunas que no quiero recordar.
Me afirmaron que tenía que tener bien abierto mis ojos pero saber qué mirar,
así me perdí un montón de cosas que ya no veré…
Me advirtieron que el uso abusivo de mis ojos me traería problemas, además de estos vidrios de uso permanente, tal vez tenían razón pero, desobedecí.
Me dijeron que tenía bellos ojos y nunca me lo creí por eso, jamás delinearon líneas o sombras mis manos sobre ellos.
Me aseguraron que con mis ojos vería lo bueno y lo malo, tal vez fue cierto, pero creo que disimulé ese efecto.
También supe que tener una mirada fría y distante podía salvarme de problemas, creo que aprender ese arte, me trajo más problemas.
Me enseñaron a mirar y no ver cosas, seres, que me pusiera muy triste mis ojos, desobedecí y aprendí donde habita el sufrimiento.
Mis ojos podrían ver más cosas que lo que mi boca pudiera narrar, dijeron, fue cuando comencé a escribir.
Mis ojos podrían ser mi perdición si mostraba mucho amor, así que me perdí varias veces.
Mis ojos tendrían menos vida que la que desearía… y si, tal vez en eso tenían razón pero… confío que aún, me quedan cosas y seres y paisajes y otros ojos que ver, que mirar, que descubrir.
@maluestudiosa.wordpress.com

Otras letras de otoño

Otras letras de otoño.

Me sucede…
en estos días donde las hojas
me miran tiritando desde las veredas,
donde los vientos cambian sus rumbos
y se acercan
los tiempos de lluvias,
y me sucede en estos tiempos
que siempre coincide con
las mismas hojas del almanaque…

…tiempo previo al invierno:
mañanas tristonas
tardecitas diplomadas de noche
alfombras de hojas suicidas…

Entonces me nace, me hiere,
me convoca,
la mágica sensación de armar
líneas mientras se ríen las hojas
allá, afuera,
y desde este lado las palabras
surgen rápidas, raudas
anhelando amores o muertes
que a veces, suelen ser
la misma cosa…

… los fantasmas del pasado
siempre rondan mi casa
desde aquel día,
hasta el último que haya
de beberme,
andarán buscándome en
este equinoccio de soles
esquivos y brisas frescas…
… me quedo mirándolos,
esperando que sus recuerdos
me inspiren los versos
o los cuentos,
son ellos los que dictan desde
su presencia otoñal,
la locura de mis palabras…
me quedo aletargada, esperando
la llegada, los vientos,
las hojas y mis fantasmas…
los veo, mi mano corre rauda
sobre papeles y teclados,
los miro y me veo,
seré yo en algún tiempo
otro fantasma más que ambule
en esta vieja casa,
me miraré en mi propia foto
sin poder gritar
que ya fui,
buscaré las sombras de otros
que fueron conmigo para
que mi errar no sea solitario,
me miraré en los ojos
de mis hijos,
enredaré los dedos de mis nietos
tal vez hasta pueda
susurrarle a alguien palabras
que rasguen papeles
mientras cae el sol de una
tarde tibia…
…descansaré quizá,
porque esa sabiduría no la tengo,
y entonces,
la muerte, sería sin descanso,
otra cosa vana por la que esperamos
sin remedio.

Soñaste

Anoche soñé que me soñabas. Anoche tuve la clara sensación de ser un sueño, el tuyo, que vorágine me atrapaba.

Porque sabía que la ficción era yo misma y aunque te pertenecía, tu subconsciente elucubraba conmigo y mi destino a su antojo.

Era como estar muerta pero viva, o estar viviendo muerta.

Era trágico pero a la vez, me gustaba deambular en tu cabeza mientras dormías. Porque supe en todo momento que finalmente, despertaría.

Apenas abriste los ojos y no pude contenerme:

– Me soñaste, pregunté adormilada aún.

– Cómo lo supiste?, preguntaste entre el madrugón y el despertar.

– Porque me nombrabas..- te mentí astutamente.

Nos acurrucamos y besamos sin delirios antes de comenzar el día. No hay prisa. Anoche, fui tu sueño.